Comprender que ya nadie ocupa un lado junto a ti en la cama, nadie te oye respirar mientras duermes y sonríe, ya nadie.
Aceptar que en la mesa ya no hay dos cubiertos sino uno, el tuyo, y la voz que te respondía se fue.
Ya el baño nunca estará ocupado y los espacios se agrandan cual habitación elástica mientras piensas que las paredes jamás se alejaron tanto de aportar calor y que la sábana solo huele a tu perfume, al tuyo propio, a ti.
Pero de repente un día comprendes que no hay situación mejor que esa, que no hay mayor problema que el aportar nuevo sabor a tu comida y que la gran preocupación que existía se esfumó, con él.
Ahora ves a tu alrededor una gran sonrisa, la tuya, que cada día te acompaña y ya nadie pretende que se vaya, nadie.
Ahora tú solo caminas adelante, hacia un futuro propio, forjado con trabajo e ilusiones, y comprendes que nunca te hizo falta nadie para conseguirlo, nadie, y que jamás habías conocido tu propia fuerza.
Nunca se fue ese niño de tu interior, nunca perdiste la ilusión por vivir, nunca quisiste perderte en olor nefasto de esa persona, nunca quisiste no ser tú, y hoy con más firmeza que nunca ves como ese niño que creías haberse ido reaparece dentro de ti como nunca antes lo había hecho y vuelves a sonreir cada mañana como si fuese el último día que vivir.